Orlando Llanos Contreras, PhD, Profesor Asociado. Facultad de Economía y Gobierno. Universidad San Sebastián
En términos generales, el concepto de capital social se entiende como el conjunto de redes de relaciones y conexiones de personas y organizaciones. El sociólogo estadounidense Robert D. Putnam ha definido el capital social como «los aspectos de las organizaciones sociales, como las redes, las normas y la confianza, que pueden mejorar la eficiencia de la sociedad facilitando las acciones coordinadas». De este modo, el capital social puede considerarse un activo que impulsa el desarrollo de personas, comunidades y organizaciones fuertes y resilientes.
En el mundo académico, empresarial y entre aquellos encargados del diseño de políticas públicas, no existen grandes dudas sobre el impacto positivo del capital social en la capacidad de emprender y el éxito emprendedor de personas, organizaciones y en la formación de ecosistemas de emprendimiento. Sin embargo, el concepto de capital social es muy complejo e incluye distintas dimensiones que deben ser comprendidas para poder gestionar correctamente este recurso.
Zhao, Ritchie y Echtner (2011) identificaron tres dimensiones del capital social. El capital social estructural que incluye el número de conexiones sociales con otros startups, emprendedores de la misma industria y líderes del territorio donde se desarrolla un negocio. El capital social relacional que observa la posición de los emprendedores en términos de su disposición para intercambiar información y activos, así como la confianza en sus redes incluyendo familia y amigos. Finalmente, el capital social cognitivo que considera principalmente el nivel de atención y admiración hacia empresarios exitosos y la actitud hacia el trabajo independiente.
Weibing Zhao y sus colegas (2011) encontraron que el impacto de cada una de estas dimensiones sobre la actividad emprendedora es algo heterogéneo. El capital social estructural estaría positivamente relacionado tanto con la capacidad de emprender de un individuo como con la probabilidad de establecer un negocio. En tanto, el capital social relacional contribuye a la capacidad de emprender, pero no muestra ningún impacto significativo en la probabilidad de inicio de un nuevo negocio. El capital social cognitivo es marginal en ambos casos, y su influencia sobre la actividad emprendedora sería menor.
A la luz de lo anteriormente señalado, es crucial reconocer la complejidad inherente al concepto de capital social y sus diversas dimensiones al diseñar políticas públicas destinadas a mejorar el capital social de los jóvenes si se busca fomentar el espíritu emprendedor. Será el fortalecimiento del capital social estructural el que incrementará la probabilidad de que jóvenes puedan iniciarse en la actividad emprendedora; sin embargo, el éxito a largo plazo en dicha actividad necesitará de generar las condiciones necesarias para el fortalecimiento del capital social relacional de los jóvenes.
Tanto desde el mundo público como desde las universidades se debe pensar en el momento y las estrategias para desarrollar cada uno de estos activos en los jóvenes. Se requiere no solo la formación y fortalecimiento de redes de trabajo con las capacidades para lograr el objetivo de emprender, sino también de la cultura y actitud que fortalezcan un ambiente de colaboración y confianza. Estos elementos serán un combustible que alimentará la formación de un ecosistema emprendedor robusto, facilitando la transferencia de conocimiento y el aprendizaje. Del mismo modo, la colaboración y la confianza contribuirán a que emerjan los procesos creativos y facilitará la implementación de proyectos de emprendimiento, elementos importantes para cualquier ecosistema que busque que surjan economías de aglomeración.
Referencia
Zhao, W., Ritchie, J. R. B., & Echtner, C. M. (2011). Social capital and tourism entrepreneurship. Annals of Tourism Research, 38(4), 1570-1593. doi:https://doi-org.bdigitaluss.remotexs.co/10.1016/j.annals.2011.02.006